El metaverso que queremos ya existe, y va más de sueños e ilusiones que de futuras inversiones
Amo la ciencia ficción. Es el género literario que más consumo con diferencia, y también el único que me inspira lo suficiente como para escribir cosas que no se han escrito antes. Creo que pocas ramas del imaginario colectivo cuestionan el futuro como ésta lo hace, y eso le agrega un gran valor, pues además de cuestionarlo, utiliza el aterrador poder creativo de la humanidad para crear un mañana.
El futuro
se podría imaginar (Y por lo tanto planificar) en dos conceptos: La distopía y
la utopía, dependiendo en qué tan civilizados nos consideremos como humanidad.
Sin embargo, un concepto que hasta ahora había pululado en la ficción, se quiso
volver realidad: el metaverso.
Es valioso
siempre iniciar con la etimología del concepto. A veces se ignora lo que se
quiso decir en un principio con nombrar un término tal y como fue nombrado.
Meta, proviene del griego que significa “más allá” y verso hace referencia a universo,
por lo que es un acrónimo: Una realidad más allá del Universo. Surgió en los
años 50 como un recurso visualmente atractivo de las novelas de ciencia ficción
superficiales y comerciales como Tron y su “ciberespacio”, y como un recurso
altamente filosófico en las más transgresoras como Neuromante de William
Gibson, donde también se acuñó “La matrix”, película emblemática donde también
se usa el concepto. Sin embargo, la palabra en sí surgió en la novela Snow
Crash, en el que trata de un espacio común al que la gente va a escaparse de la oscura y
depresiva realidad, donde las grandes empresas manipulan y controlan la
libertad.
El metaverso surgió como respuesta a un problema de todo
escritor de ciencia ficción: la incapacidad de justificarlo todo con la
ciencia. Siguiendo las reglas y justificaciones científicas, podemos soñar
grande, sin embargo, todo esto tiene límite impuesto por los propios avances
que la humanidad ha alcanzando. Si se quiere justificar algo descabellado,
tienes dos opciones como escritor: descubrir un nuevo avance científico
revolucionario que te haga ganar un Nobel… O diseñar un “universo de bolsillo”,
virtual, sin consecuencias ni justificaciones, en donde se pueden dar las
historias más fantásticas. A todos nos encanta esa idea. Nos hace creernos omnipotentes.
Un mundo imaginario dentro de nuestro mundo imaginario.
Desde su surgimiento en el entretenimiento, el concepto quedó
siempre impregnado en la cultura popular. Quizá no se acuñaba el termino, pero
se usaban conceptos como Realidad Virtual cada vez más a menudo, y cuando un
fatídico día nació internet, sin darnos cuenta nació lo más cercano que
veríamos en nuestra vida al tan idealizado metaverso. Quizá sin interfaces
inmersivas, sensores de movimiento y avatares personalizables… pero que cumplía
con exactitud todo lo que en los libros se había imaginado.
Alrededor del 2015 se pusieron de moda los lentes de realidad virtual. Amenazaban con ser aquel invento transgresor que continuaba el legado de innovación de los smartphones, pero a 9 años de aquellas bonitas épocas en donde yo era niñito, esos lentes quedaron como un gadget más, incómodo de usar, caro de comprar, sin aplicaciones que enganchen, y cada vez más olvidado por el mundo mainstream. El metaverso reformulado intercambió el valor de sus dos ejes más importante: ahora sí tenía interfaz (o algo parecido mucho más chapucero) pero carecía por completo de conectividad, de universalidad. Estos son conceptos que el internet le supo imitar hasta acercarse al ideal de metaverso al que ya tantas veces me referí.
Lo primero que se nos viene a la mente al mencionar este tema
es el futuro del Metaverso de Facebook, pero de este fascinante término, es
este el capítulo menos interesante. Poco se puede sacar de aquella idea de Mark
Zuckerberg en pandemia donde ilusionó a varias personas, poniendo la palabra de
Metaverso por primera vez de moda, haciendo creer a todos que era un término
nuevo. ¿Recuerdan al creador del término en la novela Snow Crash que mencioné
en la introducción? Después de la presentación de Meta, dijo que no quería
tener nada que ver con aquel proyecto.
El metaverso de Facebook (Ahora llamado Meta) presentó una
propuesta que buscaba integrar las tres características del metaverso: interfaz, interconectividad e interacción. Buscaban crear una plataforma universal en
donde además de juegos, hubiera herramientas, profesiones y redes sociales.
Querían crear, nunca mejor dicho, un nuevo mundo, pero para una idea tan
ambiciosa como esa, se necesita mejorar muchas cosas. En primer lugar, se deben
mejorar los lentes de realidad virtual, para que dejen de ser incómodos y hasta
perjudiciales si se usan continuamente, o en todo caso, encontrar nuevas formas
de interactuar digitalmente. También se deben mejorar los procesamientos de las
computadoras y las calidades de red a nivel internacional, pues si se busca una
experiencia de calidad, esta calidad se traduce en gasto de recursos
informáticos. Si en algún momento esto se hace realidad, ni usted, lector, ni
yo, podremos probarlo, pues habrá de ser extremadamente caro, y al ser pocas
personas capaces de pagarlo, insostenible de mantener por la empresa, y
destinado al fracaso. Quizá como humanidad somos capaces de llegar a ese punto.
Las mayores empresas competirán y esa competencia permitirá llegar a avances y
mejoras más rápido. Quizá solo falta soñar más fuerte. Quizá…
Pero la realidad es muy diferente, nunca mejor dicho, y me
disculpo por generar esperanzas de un párrafo de vida. Ya nadie habla del
metaverso. Empresas como Disney y el propio Meta, después de invertir tanto
dinero y generar tanto desempleo están abandonando la idea
silenciosamente.
Es una idea tan insostenible, que nadie en la empresa la supo
explicar en ninguna entrevista. Ni siquiera John Carmack, quien es una
eminencia en el mundo de la programación. A veces considerado el mejor
programador con vida. Él fue pionero y cofundador de Oculus VR, empresa que
compró Meta en pleno auge del metaverso. Se le da muy bien explicar las cosas
como se puede ver en muchos podcasts o entrevistas, sin embargo, hasta él se
contradijo al explicar su metaverso. Entre “podría ser” y dar vueltas sobre
conceptos memorizados, la idea nunca tuvo bases sólidas y hoy en día, así como
las inversiones de Meta, él mismo ya renunció al proyecto como tantos otros, y
se comenzó a dedicar a la IA.
La cereza del pastel, la joya de la corona, el último sticker
en tu laptop, es el contexto judicial en el que Meta estaba en el momento en el
que generó tanto humo. Tras polémicas sobre robo de información y falta de
ética, Meta pendía de un hilo. Los inversores se estaban yendo y querían un
nuevo camino seguro para los inversionistas. Garantizar de alguna forma la continuidad
de la empresa después de la próxima idea disruptiva joven. El metaverso fue la
póliza de seguros de Mark, quien se prepara para nuestra generación y las
maravillosas ideas que surjan aquí. Es ese el verdadero futuro. Es esa la
verdadera inversión.
Por eso la humanidad no sabe trazar líneas divisorias. El
metaverso que queremos ya existe, y va más de sueños e ilusiones que de futuras
inversiones.
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