La segunda naturaleza: El Tecnofeudalismo

 Ayer cené en la cocina de mi casa.

Hacía mucho que no lo hacía.

Sentía incomodidad, como si algo me faltara.

Comí rápido, sin pensarlo mucho.

Vi unas flores pintadas en la pared del lavamanos por primera vez.

Hasta esa parte de la casa nunca ha llegado el internet.


Hoy en día, la electricidad y el internet son invisibles para nosotros. Es solo cuando se va la luz o el internet, que el mundo vuelve a estar consciente de su dependencia. Dependencia natural, como un animal en su respectivo ecosistema. 

Quizá al principio, cuando solo servía para iluminar las casas y calles, era considerada una herramienta, una tecnología para mejorar nuestro bienestar, pero resultó tan efectiva como herramienta, que eventualmente bañó cada aspecto de nuestra vida.

Hablamos de factores de primera necesidad para nosotros, que necesitamos para vivir, como las largas cadenas industriales que terminan poniendo un plato sobre nuestras mesas o agua potable en nuestras casas, así como factores mucho más cruciales para nuestras sociedades, como nuestra percepción de la información, nuestra noción del tiempo, nuestro sentido de pertenencia e identidad, y la forma en la que nos comunicamos. 

La tecnología eléctrica y lo derivado de la computación ya no es una herramienta, es nuestra segunda naturaleza.

La diferencia, es que en la primera, todo nos era proveído por el flujo normal de la misma. Nadie decidía nada por ella.

Por más distópico que suene, pasamos una buena parte de los días en internet. Quizá nosotros más por ser estudiantes, jovenes, y encima estudiando una carrera de tecnología, pero nos asustaría a todos ver nuestros números reales, y más aún los números de nuestros padres o catedráticos, que aunque seguro menores, no dejarían de ser considerables. Ahora el tiempo del día se divide en tres partes de similar valor: Tiempo de sueño, tiempo caminado y tiempo de pantalla.

Porque a muchas personas les es hasta difícil quedarse sentados por más de un minuto sin abrir su teléfono, con el noble afán de aprovechar ese tiempo perdido en algo más productivo. O para salirse de la realidad y disociar un rato.

Ahora, nuestra naturaleza es propiedad intelectual de un selecto grupo de personas, cuyas ideas florecieron de manera sin precedentes para inundar las sociedades de dependencias. Ahora, nuestra interacción con ella se puede cuantificar, y con la herramienta más poderosa, la matemática, pueden crear conjuntos de datos de inconmensurable tamaño e infinito valor: el famoso Big Data.

Y con esta interacción, para nosotros ya normal, retroalimentamos a nuestra propia segunda naturaleza, el internet, las redes sociales, y sus respectivas corporaciones, y les permitimos adaptarse a nosotros. Mejorar de manera acelerada hasta volverse eficientes en su objetivo: Suavizar esa intersección entre lo real y lo digital, de forma que lo real cada vez sea realmente más digital, y lo digital  al menos se sienta como algo real.

Y así, en algún momento, esa intersección deje de ser una intersección, y ambas cosas sean realmente una sola.

Quizá ya estamos en ese punto.

Este es el objetivo de este breve articulo. Tratar de ver por primera vez el verdadero objetivo de lo digital, y como este regalo a la humanidad en realidad es la idea de una empresa como cualquier otra, cuyas ideas se han salido de control al punto de que ahora, la gran mayoría lo veamos como parte del "combo" que representa nuestra vida cotidiana. Y como ahora, la tecnología de la información y el uso de los datos como forma ideal de entender y predecir nuestra forma de actuar y pensar, es absoluta y crucial para afinar este modelo.

Y casi siempre, el mejor ejemplo está en Facebook.

En 2012, Facebook realizó un controvertido experimento con casi 689,000 usuarios, manipulando sus feeds, o sea, las publicaciones que su algoritmo presenta, sin aviso ni consentimiento para alterar su estado emocional. Divididos en dos grupos, algunos usuarios recibieron mayor cantidad de publicaciones positivas, mientras que otros vieron mayoritariamente contenido negativo. El objetivo del estudio, publicado por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, era comprobar cómo el estado de ánimo en las redes sociales se contagia. Se descubrió que los usuarios expuestos a noticias negativas reducían su interacción hasta en un 90%.

Este estudio ha provocado una ola de indignación, pues Facebook no solo recogió datos sobre cómo nos comportamos, sino que manipuló activamente nuestras emociones. Aunque la red social defendió su intención de mejorar el servicio y acercarse más a su audiencia, muchos han cuestionado la ética del experimento. Después de todo, era imposible estar tranquilo después de revelarse que, a través del contagio emocional masivo, Facebook puede influir en cómo nos sentimos y actuamos en línea. Esto reveló que nuestra experiencia en la plataforma no es solo un reflejo del mundo real, sino el resultado calculado de un algoritmo diseñado para manipular nuestras emociones.

Y todo esto sin que nosotros percibamos cambio alguno en nuestro algoritmo en redes sociales.

Este es un ejemplo de muchísimos existentes que representa bastante bien la situación en la que estamos. Es como si un individuo de tu colonia o barrio comprara todos los espacios públicos de socialización, como parques, plazas o centros recreativos cercanos a tu casa, ponga cámaras y sensores en todos los juegos infantiles para analizar su comportamiento y ver qué juegos conviene más poner, o micrófonos en las bancas del parque para entender las necesidades de las conversaciones que llegan a sentarse ahí.

Y luego, con ese absoluta libertad que posee el poder de la información, hacer lo que esa persona desee hacer.

Hemos vuelto en nuestros pasos, y ahora, vivimos en un feudalismo tecnológico: El Tecnofeudalismo.

El uso de esta palabra tan rara ha ido menguando en el tiempo. Lejos se han quedado los años de monarquías, reinos y subordinados.

Un feudo es un contrato por el cual los soberanos y grandes señores cedían tierras o rentas para su explotación, obligando a quien las recibía a guardar fidelidad de vasallo al donante, prestar servicio militar o acudir a asambleas a su favor. Todo esto en la edad Media, por supuesto.

Pero ahora, las tierras se han vuelto las propias redes sociales, donde coexistimos entre algoritmos muertos, como mi último artículo; los vasallos por supuesto somos nosotros, que no tenemos voz ni voto ante las grandes decisiones; y la lealtad y fidelidad es la enorme cantidad de información que les dejamos, donde en lugar de ser clientes de un producto, somos ese mismo producto. Es una analogía perfecta, usada en libros y revistas como crítica al modelo económico creado (O revivido) con la tecnología y el internet.

Antes, los campesinos trabajaban tierras que no eran suyas, así como ahora nosotros socializamos y dependemos de rincones que tampoco nos pertenecen, como si trabajaramos para ellos generando datos masivamente para su venta o uso libre.

Es interesante ver que este término, el tecnofeudalismo, no se queda ahí, si no que hay estudios completos que aseguran que el modelo económico actual no está avanzando a una idea más madura, equitativa o civilizada, sino que está volviendo en sus pasos a una de las épocas de mayor irracionalidad social y económica como la edad media.

Hace siglos hablábamos de monopolios de tierra, empresas, poder político.

Ahora hablamos de monopolios donde el poder político queda hasta ignorado por las personas que buscan el verdadero poder que representa la información. Esto lo podemos ver con las compras históricas que Facebook ha hecho hacia Instagram y Whatsapp, o la más reciente de Elon Musk y Twitter.

Como dijo Shoshana Zuboff en su libro "El capitalismo de la vigilancia", "hubo un tiempo en el que buscábamos en Google. Ahora es Google el que busca en nosotros"

Y bueno, ahora con la IA la cosa es más directa aún, pero prefiero no entrar a este tema que tanto nos gusta en este blog, para no sonar repetitivo con otros articulos. El enfoque que quise darle a este análisis es uno más generalizado al flujo de los datos y el poder de la información.

Lo mejor que podemos hacer es estar conscientes de todo esto al usar las redes sociales. No podemos conservar intactos nuestros datos, pues es inevitable su uso en cosas buenas y malas, pero sí podemos estar siempre presentes en esa unión entre la tecnología y realidad. Saber identificar los dos ecosistemas donde habitamos, y tener claro que uno no es más que una herramienta y el otro, es la vida misma.


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